EL EJEMPLO EMPIEZA POR CASA

“Enseñemos a perdonar; pero enseñemos también a no ofender. Sería más eficiente.” José Ingenieros. “Una palabra hiere más profundamente que una espada.” Robert Burton. “Si quieres ser sabio, aprende a interrogar razonablemente, a escuchar con atención, a responder serenamente, y a callar cuando no tengas nada que decir.” Johan Kaspar Lavater.
Citando estas frases no pretendo redimirme, al contrario, las traigo a colación para que no se me olviden, para aprendérmelas y sobre todo para tomar consciencia de que no basta con el conocimiento; lo importante es aplicar eso que “sabemos” en nuestra vida diaria. Y es que particularmente divulgo por este medio impreso información referente a aspectos de la psicología humana para lograr el bienestar mental y resulta que en los momentos menos apropiados y con las personas que no se lo merecen, se me olvida todo lo que “sé” y digo, y la pongo… Sí, así como lo lee: la pongo… en criollito, pues. Cuando creía que tenía todo resuelto, me dejo llevar por la impulsividad, la irracionalidad, y luego ando arrepentida por ahí…
Resulta que leo y leo, investigo, estudio, doy clases sobre la importancia de la comunicación en las relaciones humanas, el respeto y la tolerancia, entre otros aspectos, y cuando alguien hace un comentario que me desagrada, o simplemente, no actúa como espero, si estoy malhumorada, se me revuelven los apellidos, ¿y qué tal? ataco a quien considero es el culpable de mi tragedia, pasando de ser la inocente caperucita al temible lobo feroz… pero ¿por qué ocurre eso? Simple: por la falta de autocontrol y la usencia de asertividad, herramientas – y considero que virtudes también- que nos permiten relacionarnos armónicamente con nuestro entorno y sobre todo con nosotros mismos.
Pero es muy fácil hablar de ellas, lo realmente complicado es asumirlas, hacerlas propias y ponerlas en práctica. En principio, es necesario realizar una introspección, revisar el pasado y sobre todo, el presente; identificar qué hemos hecho mal desde el punto de vista de las relaciones humanas, cómo hemos actuado en determinados momentos, analizar por qué me comporté de tal o cual manera, qué sentimientos y emociones experimenté en ese momento y si fueron producto de mi elección o no. Siendo esto último lo esencial del asunto.
A lo largo de mi vida –que por cierto, ha sido corta, ya que soy joven aún- he tenido experiencias que me han hecho cambiar la manera de ver el mundo y de comportarme. En algunas oportunidades he logrado dominar la situación, pero en otras mi ímpetu e irracionalidad corren como caballos desbocados atropellando al primero que se le atraviese por el camino.
Como mujer puedo atribuirle la culpa a las hormonas, al período menstrual, o al pérfido hombre aquél…Pero resulta que no es así… nada ni nadie tiene más responsabilidad en lo que digo, hago y siento, que yo. Soy dueña absoluta de mis pensamientos, de mis palabras y de mis emociones (últimamente se encargaron de recordármelo cada vez que podían, y créanme que se lo agradezco a esa persona, porque me hizo reflexionar y me motivó a escribir sobre el tema).
Yo decido cómo actuar, qué decir y qué sentir. Pero me pregunto, y tal vez ustedes también: ¿cómo lograr eso? Les confieso que estoy en ese proceso de averiguarlo.
Existe un término conocido como Inteligencia Emocional, que según los expertos, es más importante que el Coeficiente Intelectual, porque de nada vale tener el conocimiento –repito- si no lo aplicamos con sabiduría en el establecimiento de las relaciones con nuestros semejantes.
Reconozco que me falta mucho camino por recorrer, por vivir, por aprender, para llegar ser una mejor persona, pero este espacio sabatino que comparto con ustedes desde hace casi dos años, me ha enseñado mucho, y cuando miro atrás noto el cambio que he dado. Sin embargo, deslastrarse de los vicios y errores cometidos no es tarea fácil, es altamente complicado, e implica un preoceso largo, en el que lo fundamental es proponérselo y trabajar en lograr lo que se desea, reconociendo los miedos internos que no nos dejan crecer.
Lamento que en distintas oportunidades, por mi tozudez, haya sido irrespetuosa y dañado a alguien con mi actitud y palabras. Pero bien, definitivamente creo en las segundas y terceras oportunidades; y la vida es una oportunidad diaria que no debe dejarse pasar. Con cada amanecer surge una nueva posibilidad de desaprender lo malo y aprender lo bueno. La vida es para eso, para vivirla y crecer como personas, transformando los errores en trampolines que nos impulsarán a alcanzar el éxito, reconociéndonos como seres valiosos e importantes, capaces de dar y recibir amor, sin culpas, sin temores, y con absoluta libertad.

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