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Mostrando entradas de marzo, 2020

Hombre al acecho

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Robert Doisneau (Francia 1912-1994). Autorretrato. “Nunca me he preguntado por qué tomase fotos. En realidad, la mía es una batalla desesperada contra la idea de que todos estamos destinados a desaparecer. Estoy decidido a impedir el paso del tiempo. Es pura locura”.                                                                                                   Robert Doisneau. El hombre camina y mira como buscándose a sí mismo, suerte de espía del horizonte tornasol, ave de rapiña tras la presa al vuelo, cazador furtivo de la imagen, observa a su víctima, calcula y dispara. El hombre camina y mira como buscando al otro, la sonrisa del niño azul, el rostro surcado por los rieles de los años. Observa y siente, sabe que palpita más allá de su mirada. El hombre espera, sabe esperar el instante  en sus ojos cristalinos reflejos de toda la perfección del mundo. Corsario del océano de las mariposas, bandada de bueyes, graznido de hormiga, cla

Lluvia

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Guardianes de la mirada

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   M is ojos son un par de bolsas que contienen sueños acumulados, un par de ojeras, oscuras como las noches solitarias. En esas sombras que resguardan mi mirada existen historias silentes, fantasías prohibidas, imágenes recreadas, sensaciones nocturnas. Aunque quiera ocultarlas, aunque pretenda silenciarlas, ellas se erigen fuertes, orgullosas de dominar mi rostro, hasta el punto de caminar sobre mí y declararse dueñas absolutas de mi cuerpo, de mi mente, de mis manos, de mi sexo, de mi boca, pues el borde de mis ojos son un terreno infértil ante la creciente miopía que los conquista desde el principio de los tiempos.  Soy unas ojeras que deambulan perdidas en las noches, que no distinguen horarios para retener mi rostro, que de tanta oscuridad que lo bordea se resignó a habitar en el agujero negro de este universo infinito con sabor a vértigo . Ana Cristina Chàvez 21-06-2017
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INFECCIÓN

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La calle, convertida en un caldo de  cultivo, bichos que recorren cada esquina del boulevard, pululan en las rendijas de la acera cobijados por el oscuro asfalto. El calor abrasador domina la tarde. Cada mañana la cuadrilla pasa y desinfecta. Nada ocurre, gotas caen al pronunciar sus nombres, lo impregnan todo, pero no logran vencer la asepsia del bolsillo, tan insoportablemente vacío. Un bicho camina, de uno a uno se transforman en ejército de gente persignándose, autoflagelándose, inmunizándose del dolor ¿no sabes acaso que la mugre arraigada en el alma no se lava? es una costra insensible que no sangra por más que intentes levantarla. Sálvese quien pueda, anaqueles vacíos, alacenas repletas (solo unas pocas) la culpa es nuestra, nuestro odio, nuestra envidia, nuestras ganas de sobrevivir a costa del otro  multiplican la enfermedad de la que huimos. De ellos será el reino de los infiernos, al que es más fácil descender p
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