INFECCIÓN
La calle, convertida en un caldo
de cultivo,
bichos
que recorren cada esquina del boulevard,
pululan
en las rendijas de la acera
cobijados
por el oscuro asfalto.
El
calor abrasador domina la tarde.
Cada
mañana la cuadrilla pasa y desinfecta.
Nada
ocurre, gotas caen al pronunciar sus nombres,
lo
impregnan todo,
pero
no logran vencer la asepsia del bolsillo,
tan
insoportablemente vacío.
Un
bicho camina,
de
uno a uno se transforman en ejército
de
gente persignándose,
autoflagelándose,
inmunizándose
del dolor
¿no
sabes acaso que la mugre arraigada en el alma no se lava?
es
una costra insensible que no sangra por más que intentes levantarla.
Sálvese
quien pueda,
anaqueles
vacíos,
alacenas
repletas
(solo
unas pocas)
la
culpa es nuestra,
nuestro
odio,
nuestra
envidia,
nuestras
ganas de sobrevivir a costa del otro
multiplican la enfermedad de la que huimos.
De
ellos será el reino de los infiernos,
al
que es más fácil descender producto del trabajo diario
en
esta ciudad aterradora
de
cruces centenarias,
de
arzobispos y monseñores vestidos de Belcebú
(su
traje habitual).
La
iglesia es una farsa,
los
bichos se cagan en cada sacramento.
Se
desviste el cura,
sotana
a un lado y el monaguillo del otro,
desnudo
a merced de paganas oraciones.
Esperando
el funeral me quedo en la casa,
tan
contaminada de hambre y esperanzas muertas.
En
televisión, el gobierno me invita a resguardarme,
me
obliga a resguardarme,
me
implora resguardarme.
Soy
un bicho andante de los que recorren a diario la calle,
de
los que te tropiezas en la oficina,
en
la cola del cine,
en
los baños del bar,
resignado,
mirando las vitrinas repletas de la ropa que nunca se pondrá,
exhibidas
por el capital que hace tiempo declaró la tercera guerra mundial.
Somos
un montón de bichos transformados en infiernos cibernéticos,
embriagados
con el semen del frustrado militar.
No hay nada más ardiente que este trago en el
que ahogo la orgía habitual de mi mente
como
bichos que pululan masturbándose,
desmembrándose,
lacerándose.
En
la cuadra de Pentecostés
cumpliremos
cuarenta días desde el miércoles de ceniza.
Aún
no creo en el bautismo,
no
practico la comunión
ni
me entrego a la unción de los enfermos,
pero
deseo a la mujer del prójimo.
Me
declaro un bicho pecador,
habitante
de este caótico pueblo
tan apartado de todos,
tan
dependiente de todos,
tan
execrado por todos.
Un
germen fácil de inocular en el torrente sanguíneo,
de
absorberse por vías respiratorias,
un
bicho de laboratorio creado por quienes se venden al mejor postor,
esos
mismos a los que nunca les falta el alimento.
Infección. Ana Cristina Chávez, marzo 2020.
Imagen: pixabay.com
Felicitaciones, profesora por la prosa, como pan recién salido del horno...
ResponderEliminarGracias.
Eliminar