INTUICIÓN
Ana
Cristina Chávez A.
Llegó como si nada, como si su partida no
hubiera desestabilizado mi cotidianidad. Tres días estuve sin saber de él. Se marchó
en la madrugada y pensé que no regresaría, pero volvió. Cuando daba por perdida
esta relación, nos topamos en la entrada de la casa. Allí estábamos, del mismo
lado de la acera, mirándonos de frente,
sus ojos eran de un azul cristalino, en lugar del abismo verde con el que
acostumbra observar al mundo.
Esa mañana, el sol
brillaba con fuerza y al verlo regresar sonreí. Detallé su anatomía rápidamente,
en busca de una señal que revelara el porqué de su ausencia, adivinaba algún
rasguño o golpe, pero su rostro pálido y el tono rubio de su cuerpo permanecían
iguales. Pregunté qué le había ocurrido, dónde estaba, como respuesta recibí
una expresión de hastío y entró a la residencia con actitud indolente. En el
portal lo llamé de nuevo, volteó a verme y siguió. Continué mi camino, y al retornar
dudé de que permaneciera allí, pero fue grato encontrarlo posesionado del
espacio.
Ilustración: Andrea Dreily |
Desde que se marchó
de mi habitación aquella madrugada, me di cuenta de lo que sentía. Es tan fácil
acostumbrarse a la compañía de otro, a pesar de la renuencia inicial de darle
cabida en tu rutina diaria. Él entró inesperadamente, y aunque me mostrara reacia,
su insistencia para que lo aceptara pudo más.
La primera noche
que noté su compañía me asusté un poco, no sé cuantas veces entró a mi
habitación sin darme cuenta. Ya había presentido algo, cuando escuchaba ruidos en medio de la oscuridad,
pero al alumbrar con la luz del teléfono no hallaba nada extraño, así que continuaba
durmiendo.
Él entraba sigiloso
y se escabullía debajo de mi cama. Sentía mi aroma -seguro lo disfrutaba- y el calor
de mi cuerpo a medio vestir. Cuando se vio descubierto, continuó haciéndolo descaradamente,
las primeras veces lo echaba del cuarto y cerraba con llave, luego supe que se
introducía por la ventana y me di por vencida. Durante el día dormía, es un animal
nocturno y eso no me molesta, pues también lo soy, pero tenía la certeza de que
regresaría siempre luego de sus escapadas.
Al final de la tarde
me acompañaba a trabajar sentada frente a la computadora, él se quedaba a mi
lado, con la mirada alerta a lo que ocurría a su alrededor o en actitud
relajada, dependiendo de su estado de ánimo. Permanecíamos en silencio,
sabiéndonos acompañados.
Él buscaba acercarse más,
acariciarme rozándome las piernas y yo lo rechazaba. Para mí era suficiente
tenerlo conmigo, lo de la piel era empezar a comprometerse y no quería que doliera, pero fallé en mis pretensiones de mujer
acorazada. Breves palabras de mi parte, convertidas en tímidos gestos de cariño,
y sus visitas nocturnas, fueron suficientes para echarlo de menos los días que
se ausentó.
Ahora él está aquí,
sigue rondando mi habitación, percibe mis pasos y corre a mi encuentro, pero
con cierto recelo. Ya hay una distancia entre los dos, nada es igual. Siento
que me reconoce enojada y teme acercarse confiadamente, mientras imagino que descubrió
otras sensaciones y vivencias que iban más allá de sus habituales salidas,
superando lo que puedo ofrecerle.
Estoy casi segura
que en cualquier momento se marchará definitivamente, o preferirá permanecer
alejado como antes en algún espacio del hogar, sin atreverse a mirarme. Es
cuestión de instinto, del olfato de una mujer adulta que desde hace años no
tiene perro que le ladre, y que a la luz de los últimos acontecimientos,
también se está quedando sin gato que le maúlle.
Artista: Jean Philippe Kalonji |
¡Nos seguimos leyendo!
@AnaChavez_
Texto publicado originalmente en https://www.lamananadigital.com/i-n-t-u-i-c-i-o-n/ el 06 de agosto de 2020.
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