LA INEVITABLE AUSENCIA

 

                                                                    Ana Cristina Chávez A.

   Aunque convive a diario con nosotros, nunca estamos lo suficientemente preparados para recibirla o aceptarla, pero es ley de vida, esa que se cumple inevitablemente a pesar de pretender violarla o ignorarla. La muerte es una mariposa negra que se posa en el seno de la familia o un ave liberada de prisión, que se torna sorpresiva o a veces necesaria, ansiada.

    No deseamos que nuestros afectos sufran y tememos padecer su agonía. Aspiramos que llegue silenciosa, luego de haber disfrutado un amplio cúmulo de experiencias, se recueste a nuestro lado y nos acaricie el rostro. Así, sin más. Pero ella decide cómo hacer acto de presencia. En oportunidades es un leve soplo de viento, otras es huracán, torbellino, volcán en erupción, que arrasa, lo destruye todo a su paso, incluyendo a nuestro espíritu.


     El vacío que nos deja la persona amada es doloroso, no importa la manera en que se haya ido, con el paso del tiempo no la olvidamos, solo nos acostumbramos de cierto modo a no verla ni oírla, pero nos hace falta y la tenemos presente en las actividades que le agradaba realizar, en los alimentos que le gustaba comer, en las palabras y anécdotas compartidas que nos hicieron reír.

    ¿Y qué ocurrirá cuando toque marcharnos? No pienses en eso, dice la mayoría, pero hay que reflexionar acerca de la muerte y vivir conscientes de nuestra finitud. Por mi parte, tengo mucho pendiente por lograr, pero si pronto toca irme, ¿qué estoy haciendo para que me recuerden los que me aprecian y a quienes quiero? Si hoy fuera el último día de su vida, ¿qué haría usted?

     ¿Qué impronta estamos dejando en el mundo y en quienes nos rodean?, ¿cuál será nuestro legado? Cuando la muerte nos golpea de cerca, nuestros fantasmas más oscuros reviven y nos enfrentamos al miedo a lo desconocido, a la negación, para luego pasar a la resignación y rendición ante lo inevitable.

   Con relación a esto, Frida Kahlo, pintora mexicana (1907-1954) que desde muy joven tuvo que convivir con la muerte de su propio cuerpo, riéndose de ella pero también temiéndole, producto de todas las dolencias físicas que padeció, escribió en su diario: “Los cambios y la lucha nos desconciertan, nos aterran por constantes y por ciertos, buscamos la calma y la paz porque nos anticipamos a la muerte que morimos cada segundo.” En el último pasaje de su libro-confesionario-lienzo plasmó lo siguiente: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”, una suerte de frase premonitoria mientras le daban de alta en el hospital luego de sufrir una fuerte recaída de salud, consciente que la señora muerte la visitaría en cualquier momento. Por tal razón, y ante una realidad imposible de eludir, la premisa debe ser no olvidar lo bien amado, así como vivir para que no nos olviden.   

 ¡Nos seguimos leyendo!                

                                                                                                 

                                                                                              anachavez28@yahoo.es

                                                                                          @AnaChavez_

 

 Texto publicado originalmente en https://www.lamananadigital.com/miel-y-salmuera-6/ el 09 de julio de 2020.

 

 

 

 

 

 

 

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