“Hablar de Olimpio… Ser Olimpio”


Hablar de Olimpio Galicia Gómez es hablar de poesía, de ingeniería, de teatro y de pintura.
Hablar de Olimpio es hablar de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat, Víctor Jara y Alí Primera.
Hablar de Olimpio es hablar de Arte en Escena, del IUTAG y de lucha gremial revolucionaria.
Hablar de Olimpio es hablar de El Garúa, de amigos, de familia, de tragos, de huidas inexplicables y de relatos anecdóticos.
Hablar de Olimpio es hablar de Egleé, de Libert, Libia, Frankz y Juan Luis.
Hablar de Olimpio es hablar de estudiantes, de libros, de tierra, barro y adobe.
Hablar de Olimpio es hablar de Coro, arepa pelada, chivo, dulce de leche, de La Pitahaya, de Paraguaná y de su gente.
Hablar de Olimpio es hablar de mi Península, de su Península, de nuestra Península.
De tanto hablar de Olimpio, anoche soñé que era él.
Yo, menuda como una mariposa, aumenté de tamaño sin explicación alguna, mis facciones cambiaron repentinamente y mi mirada se llenó de misterio, complicidad y sabiduría.
De mis labios brotaron poesía y piropos a granel. Mi caminar fue más sereno, y mi actitud más equilibrada.
Mi mente se convirtió en un remolino de pensamientos. En un abrir y cerrar de ojos surgieron imágenes de El Ché, de Bolívar, de Neruda, de Benedetti, todos se mezclaban con números, cálculos y edificios; se bañaban con ron y se pintaban con los colores del arcoiris que guardaba en mi maletín. Cientos, miles, millones de libros llegaban en fila hacia mí, abrían sus páginas y mostraban poemas, dibujos, cifras, fotografías y resultados de investigaciones, yo los leía con atención y sonreía. Mágicamente, esos libros se transformaron en una enorme construcción hecha con ramas de árboles, nidos de pájaros y flores. Trepé hasta alcanzar la cima y me extasié con el paisaje.

Podía ver a mi Península, mi querida Península de Paraguaná y a su hermoso Cerro de Santa Ana. Desde allí recité de memoria y con orgullo: “Desde el cerro de Santa Ana
mana agua de mieles
para la sed cósmica que se hace eterna
en paladares resecos
y en el rubor florecido
de mejillas quinceañeras…”
Miré a los lados y me percaté que no estaba solo, me acompañaban Alonso Gamero e Ibrahim López García, cómplices de noches de bohemia, visiones futuristas, estudios, poesía, música y pintura.
A lo lejos, divisé a un hombre, tan loco y soñador como nosotros: era Víctor Piñero, el buen Piñero… Nos saludamos y se me ocurrió decirles a los tres:
“El ideal de Gamero y el pensamiento LÓPEZGARCIANO, se encontraron con PIÑERO para seguir de la mano”.
Decididos, abordamos la nave en forma de trompo de López García, atravesamos el mar de mi Península y aterrizamos en pleno cerro. Cuando nos disponíamos a recorrerlo, el Chamuriana –en perfecto caquetío- se transformó en una sensual y gigantesca mujer de senos libres como pájaros, rostro de diosa con dientes perlados y ojos verdes como la esperanza. Su cabellera era infinita, y los cuatro nos enredamos en sus hebras de colores vibrantes como la felicidad.
Cuando más embriagados estábamos con su cuerpo y aroma de mujer… ¡me desperté!.
Ahora, sólo quedó la experiencia de ser por unas horas Olimpio: el poeta, el escritor, el pintor, el actor, el cuentacuentos, el profesor, el ingeniero, el padre, el hombre, el revolucionario... Eso, y el inmenso amor que siento por “Mi Península”, el mismo que Olimpio plasmó en su más reciente libro.

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