La búsqueda

Cinco y media de la mañana, agotada ya, mis ideas se entremezclan en un caldo frío de palabras. Es angustiante buscar el vocablo preciso, el más adecuado, el que le dé sentido al texto.

Al inicio, cuando me senté frente al computador recién comprado, me encontraba plenamente emocionada. Escribía y pensaba, pensaba y escribía… las ideas fluían como un caudal incontenible. Las páginas se iban agotando con el pasar del tiempo; me olvidé de comer durante horas.

Transcurrió la mañana, la tarde y cayó la noche. Se acercaba la hora de entrega del informe final:
- Ocho de la mañana, ni más ni menos… dijo mi jefe.
Y entonces ocurrió algo inexplicable: ¡las ideas que horas antes llegaban a mí como un tsunami, con la misma velocidad del viento y la inmensidad del agua, fueron arrasadas sin ninguna explicación!

Mi mente estaba en blanco como esta hoja de papel en la que escribo. El informe, el informe… era lo único en lo que pensaba. ¿Qué digo?, ¿qué invento?, ¿qué hago?

El cansancio me estaba venciendo y yo tenía que seguir plantada frente al monitor, buscando oxígeno para respirar y salvar mi vida, mi trabajo… ¡Coñooo!, expresé. Piensa, piensa, piensa… Algo se te tiene que ocurrir…

Pasó una hora, luego dos, tres… Doce de la noche, una de la mañana, tres y veinte… ¡y por fin! Como una luz al final del túnel surgió una idea, temerosa, diminuta, pero definitivamente salvadora, de ella se colgó otra también pequeña, delgada, casi transparente. ¡Auxilio! –grité- por allá en mi mente difusa apareció una más, pero esta vez venía empapada de un líquido pegajoso, de un color oscuro y de un olor extraño. Me di cuenta que como esa había otras más, nadando en el mismo consomé putrefacto. El asunto era rescatarlas, limpiarlas y organizarlas… ¿Pero cómo lo hago en poco tiempo si se acerca la hora?

¡Carajo!, el gallo del vecino cantó y de mi cuerpo emana un raro olor a madera, mientras mis pies se tornan largos como raíces de árboles… Pronto amanecerá y yo sin ideas concretas…

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