La siembra de Vidal

El panita Alí Primera entonó: “Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos…” y como todo lo que dijo e interpretó el cantor del pueblo, tal aseveración está llena de una poética verdad.
Quien vive procurando que los demás tengan una vida mejor, llena de alegrías y satisfacciones, comprometido socialmente y canalizando todo su potencial intelectual y reflexivo hacia el bienestar común, puede afirmar con orgullo: “Confieso que he vivido”, tal como lo hizo Neruda.
Así y sólo así, vale la pena vivir, para que cuando se agoten las fuerzas y deba pasar al plano de la siembra de sus ideales, los que quedan sobre la tierra recojan sus frutos y se nutran de ellos.
Pero los seres humanos somos inconformes, deseamos que quien nos alimenta en vida permanezca eternamente con nosotros, sin comprender que nuestro paso por el mundo es efímero y que es un tiempo precioso que debe aprovecharse al máximo.
Es en este plano donde debemos vivir, vivir y vivir. ¿Pero de qué manera?, no hay otra más que experimentando, creando, aprendiendo, innovando, enseñando y sobre todo, amando… sin muchas palabras ni rodeos, sino con hechos concretos que perduren en el tiempo, y en la mente y corazones de nuestros semejantes.
Al vivir debemos crear más vida, pero para ello debemos prepararnos cada día alimentando nuestro intelecto y espíritu, e impregnar de esa sabiduría a nuestro entorno.
Tal vez la manera más rápida de estrechar lazos con otra persona es a través de la risa, pero no esa fácil y vulgar, no, debe ser una risa que pase de ser una mera mueca a una risa cerebral, sí, una risa que venga desde lo reflexivo, de lo realmente humorístico, y para ello debe ponerse en práctica el conocimiento, las ideas y los juegos de palabras, que hagan pensar y que se constituyan en una nueva manera de entender la realidad.
Pocos son los hombres y mujeres que pueden ufanarse de haber vivido de verdad, de seguir viviendo sin doblegarse ante las circunstancias y dibujarle una sonrisa en el rostro a sus compañeros, pero sobre todo, haber dejado un legado importante en ellos. El legado de las ideas, de los principios y valores de solidaridad, cooperación, responsabilidad, honestidad, verdad, sinceridad, compromiso y ética, envueltos en un halo de gracia, originalidad y creatividad.
Hoy, cuando una de esas personas que supo vivir e hizo la vida de los otros más llevadera, se sembró, nos toca regar esa semilla y procurar que el árbol de su ideología crezca fuerte como un roble, para que de esa manera las nuevas generaciones se alimenten de sus frutos, disfruten la belleza de sus flores y se resguarden bajo su sombra.
Vidal Chávez López (el falconiano, el marabino, “El Chino”, el periodista, el poeta, el escritor, el hombre, el padre, el amigo, el hermano, el tío, el sobrino, el hijo, el compañero, el esposo, el vecino, el profesor que predicaba con su ejemplo) ahora se sembró para siempre en tierras zulianas, esas mismas donde se formó académica y profesionalmente, se enamoró y se casó, procreó tres hijos y educó a los futuros comunicadores sociales que la patria buena de Bolívar necesita, sin jamás desligarse de su amada Paraguaná y la histórica Casa del Viento de la calle Páez de Punto Fijo.
Vidal, tus amigos, familiares, esposa, y sobre todo tus hijos, garantizaremos que tu siembra produzca los frutos más jugosos, para que sus semillas germinen en un pensamiento nuevo, que procure –como tú lo hiciste- el bienestar colectivo, permaneciendo fiel al ideal bolivariano y socialista, pero más importante aún, a tu particular manera de hacer revolución por medio de la palabra. ¡Papi, gracias por sembrar en nosotros la semilla del conocimiento y del amor a la vida! ¡Siempre te recordaré!
Maracaibo, 11 de septiembre de 2008.

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