Máscaras

“TODAS LAS COSAS FINGIDAS CAEN COMO FLORES MARCHITAS, PORQUE NINGUNA SIMULACIÓN PUEDE DURAR TANTO TIEMPO”. Cicerón.
Dicen que las mentiras tienen patas cortas y si vivimos en medio de una gran falacia no queda más remedio que fracasar, luego de dejarla en evidencia. Los seres humanos acostumbramos a disfrazarnos de quien desearíamos llegar a ser; buscando en lo material el sustento de nuestra vida espiritual, enfrascándonos en lo que no somos ni tenemos en realidad.
Nos ponemos máscaras para ocultar nuestro verdadero pensar y sentir, sólo con el propósito de ser aceptados por la sociedad. Aunque insistamos en que somos sinceros en nuestro proceder, resulta que no. Suponemos que en las relaciones con los otros ha quedado claro lo que dijimos y nos contradecimos todo el tiempo, demostrándole a quienes nos rodean una cara diferente de lo que consideramos nuestra verdad.
Mentimos, engañamos constantemente, con intención o no y somos engañados, decepcionados y defraudados también por los demás que simplemente hacen lo mismo que nosotros y a su vez, son víctimas de una enorme mentira.
Todos, en alguna oportunidad de la existencia, hemos representado a un personaje. Todos, alguna vez, nos hemos convertido en actores o actrices, dignos de un premio de La Academia. Hemos fingido, hemos actuado, ocultado algo o distorsionado una realidad para salvar nuestra alma –o lo que queda de ella-; hemos herido a otros mientras alzamos la bandera del libre proceder, de la autosuficiencia, de la autonomía, de la autoestima o de la autoconfianza.
Hemos actuado, y logrado engañar a otros, o mejor dicho, convencerlos de que realmente somos ese individuo que pretendemos ser. Pero a veces, sin darnos cuenta, nuestra actuación es tan mediocre que nos descubren con facilidad; en otras, a pesar de nuestra pésima interpretación, los espectadores no la perciben de manera consciente aún cuando las evidencias están frente a sus ojos, ahí mismo, en sus narices, pero tienen unas gríngolas, y llenos de confianza se aferran a ese personaje irreal, idealizándolo, atribuyéndole dones y virtudes que no posee y que nunca poseerá, mientras él juega a ser actor, el mejor, un ser supremo, invencible, dueño del mundo y de la verdad absoluta, sin entender que es un triste fantoche con artilugios de principiante.
Todos, alguna vez, hemos actuado, pero pobres de aquellos que piensan que esa habilidad les resultará eterna e infalible… Todos, algunas vez, hemos mentido y engañado, pero pobres de aquellos que se crean sus propias mentiras y vivan sólo por ellas y para ellas.
Todos, en alguna oportunidad hemos sufrido una desilusión por una vulgar mentira vestida de verdad y adornada con sinceridad, una sinceridad falsa que no se la cree ni quien la profesa.
Las mentiras caen por su propio peso, debemos aprender a vivir sin vendas en los ojos y a descubrir la falsedad cuando la tenemos delante. Sólo hay que ser fuertes, porque el tiempo lo cura todo y es el mejor aliado de la verdad.

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