Soy Mujer… ¡Y a mucha honra!

Las lectoras de seguro me entenderán: Ser mujer no es asunto fácil. Tenemos que trabajar, estudiar, amar, vivir nuestra vida, limpiar, lavar, planchar, cocinar, atender a la pareja, dedicar tiempo a las amistades, cuidar a los niños, ayudarlos en las tareas, hacer el mercado, ir al banco, cumplir con las diligencias personales, arreglarnos el cabello, pintarnos las uñas, vestirnos adecuadamente, maquillarnos, estar siempre de punta en blanco, y como si no bastara, lidiar mensualmente con la regla (con ebullición de hormonas incluidas).
A pesar del “paquete” que implica pertenecer al género femenino, les confieso que me encanta ser mujer. No es por alabarme, pero las damas somos más organizadas (aunque creo que en ese aspecto en particular, la testosterona se apodera de mí: ¡es que casi me pierdo en mi habitación!), somos más inteligentes emocional y socialmente que los hombres, más detallistas, más observadoras, más responsables, mejores planificadoras, proactivas, astutas, cariñosas y disciplinadas.
Y ante todo esto, los caballeros nos miran con desconcierto y hasta recelo, ¡tildándonos de cuaimas! A las pruebas me remito: Una joven mujer cuya pareja salió huyendo luego de enterarse que estaba embarazada y decirle sin pudor alguno: “Es que me intimidas”, “No puedo asumir la responsabilidad, necesito vivir primero”, “Esa barriga no es mía”… no se amilana ante la situación –total, él es quien se lo pierde- y sabe salir adelante con su hijito en brazos.
Pero ellos, ¡pobrecitos!, se complican, piensan que su mundo se derrumba y recurren a la bebida en busca de la solución a sus problemas. Nosotras no; somos aguerridas y “echadas pa´lante”, capaces de enfrentarnos al universo mismo si así lo amerita el objetivo que nos trazamos.
¿Qué si sentimos temor? Claro que sí. Cuando la situación está muy difícil, nos preocupamos, tal vez botemos una lagrimita o llamemos a alguna amiga para contarles lo que nos afecta, pero siempre solventamos la situación (¿será que Dios es mujer?) y a los problemas les hacemos frente con una sonrisa, porque una mujer feliz, pero de verdad, verdad, es hermosa, y consigue lo que quiere en la vida. Y no hablo sólo de la belleza externa, no, me refiero a la interna, a la riqueza espiritual y a esa paz emocional que debe caracterizarnos y que hay que regar por el mundo.
Esto es complicado, pero no imposible; las mujeres tenemos una carga genética tal, que nos hace triunfadoras de por sí. ¿Feminista? Huuum… No. ¡Realista! Y es que cómo no nos vamos a hacer más fuertes con el tiempo, si desde el principio del mundo tuvimos la historia en contra: desde ser las culpables del pecado original, por haber mordido una manzana y tentar a un “inocente” Adán; pasando por ser quemadas en la hoguera acusándonos de brujas; negarnos el derecho al estudio o al ejercicio del sufragio; someternos a un matrimonio arreglado; o hasta el exabrupto de mutilar nuestros genitales o asesinarnos por el sólo hecho de nuestra condición femenina.
Todas las libertades y derechos alcanzados por las mujeres son producto de las batallas sociales, políticas y morales emprendidas en diversas épocas por féminas que se rebelaron ante las normas establecidas y gritaron: ¡No me la calo más! Por eso, es una traición al hecho femenino, que mujeres rivalicen entre sí, (no por un hombre, por favor, qué patético) sino por atención, por un cargo, por el reconocimiento o el éxito, pues todas –absolutamente todas- tenemos el potencial para sobresalir y la capacidad de expresar a los cuatro vientos: ¡No me la calo más! ¡Soy mujer, y a mucha honra! (A pesar de la “bendita” regla).

Comentarios

  1. Me encanta tu escrito! Así me siento yo todo los días, por el hecho de ser mujer: Valiosa, Hermosa y Bendecida.

    Bravo, Ana Cristina

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