De sapo a príncipe; de princesa a rana

La princesa andaba por la vida besando sapos en espera que alguno se convirtiera en el príncipe azul de sus sueños, sin darse cuenta que el hombre que buscaba, el que esperaba con ansiedad, y con el que aspiraba compartir la vida y disfrutar del amor, estaba frente a ella; así, calladito, sin hacer mucho ruido, admirándola, tal vez.
La princesa se llevó chascos, esperando que un noble caballero montado en su imponente corcel la rescatara de la torre-prisión en la que habitaba. No importaba si ese héroe fuera en otrora un espantoso sapo, pues con su profundo amor, la hermosa princesita lograría transformarlo en un adorado príncipe (eso creía ella).
Pero resulta, que luego de muchos besos, la princesa se dio cuenta que el hechizo no se rompía, y el sapo seguía siendo lo que era: un sapo, que gozaba de lo lindo comiendo moscas y cuanto insecto se le atravesara, saltando de estanque en estanque, sin asumir responsabilidades ni compromisos.
La princesa, ante tantas verrugas batracias besadas en su corta existencia, ya estaba resignada y pensaba que los príncipes no existían. Por eso, cuando se atrevió a mirar a su alrededor y trató a ese señor tan gentil y educado que tenía delante de sus narices, lo hizo con recelo, porque no portaba espada, escudo ni brioso corcel. Total, ya tenía los labios verdes de tanto besar sapos.
Sin embargo, el adorable señor, era eso, adorable, maravilloso y dulce. Todo un príncipe, y más que eso: un rey; aunque sin corona ni reino. Un rey que la quería y que a cada minuto le demostraba su afecto. Pero la princesa –como buena princesa- era malcriada, consentida, terca y le gustaba hacer rabietas por todo. Así, un día de esos en los que la luna afecta a las más sensibles, nuestra linda princesita escupió sapos y culebras en contra del gentil señor, quien como era de esperarse, resultó herido con el mortal veneno de su victimaria.
A medida que la linda princesita profería insultos, su diminuta y frágil figura iba tomando un color verdoso, perdió todo el vello de su cuerpo, sus elegantes ropajes desaparecieron, su piel se tornó húmeda y brillante, sus delicados ojos se transfiguraron en un par de bolas negras y saltonas, y sus finos y rojos labios dieron paso a una extraña mueca de la que emergía una asquerosa lengua de variable extensión.
La princesita se convirtió en rana, y ahora anda llorando por los rincones de su charca esperando que el beso del gentil señor que la amaba y que ella no supo apreciar, le permita retomar su condición humana, para vivir felices el tiempo que sea necesario. ¡Croac!

Comentarios

Entradas populares de este blog

Los 43 años de la primera institución universitaria del estado Falcón

Alonso Gamero Reyes: Un concepto vital

CAMILO Y LOS VUELALIBROS