El lenguaje del amor (Ahhhhhh…)

Ya tomé un té de valeriana, me di un baño con agua tibia, conté ovejas, leí, vi televisión, y nada que logro dormir. Así he pasado varias noches, dando vueltas en la cama sin conciliar el sueño, pero feliz, como flotando en una nube, pensando en mi amado (ahhhhhh, es que es taaan belloooo). Él es el culpable de mis desvelos, pero también el que me compra el corrector de ojeras, porque antes muerta que sencilla, y hay que contrarrestar los daños, por supuesto.
En fin, desde que me enamoré la primera vez -creo que eso empezó con los del grupo Menudo en los 80’- aprendí a convivir con los síntomas del enamoramiento y a reconocer su intensidad según fuera el caso: nerviosismo, maripositas en el estómago, rubor facial, mutismo, tartamudez, insomnio, pensamientos recurrentes, corazonitis aguda –que consistía en pintar corazoncitos con su respectivas flechas en cuanto cuaderno se me atravesara por el camino- y el síndrome del chicle (no querer despegarme un minuto del susodicho), pero sobre todo, lo que me hace saber el grado de aprecio que siento por el interfecto, es el lenguaje que uso cuando estoy con él.
De acuerdo a las características de la relación, a la personalidad de mi pareja, y a mi estado anímico, las palabras varían desde un tono amable, casi amistoso, pasando por términos cariñosos, tiernos y algo cursilones, hasta abarcar la sensualidad y pasión que caracteriza a toda maracucha que se respete, que además, como lo marca el gentilicio, recurre al amplísimo argot zuliano para despotricar del fulanito ese cuando ya no le sirve ni para freír mandocas y decide enviarlo pa’l cipote sin pasaje de regreso. Pero ese es otro tema, y el que me interesa ahora es el del amor (Ahhhh, es que mi rey es bello).
Bueno, resulta que cuando uno anda enamorada, puede considerar a la pareja como su “osito”, “nené”, “muñeco”, “bebé”, “príncipe”, “rey”, “papi”, “cielo”, “vida”, “amor” o “gordo”. Es que el ser amado, sea como sea, se convierte en un objeto del deseo que despierta en nosotros emociones únicas, convirtiéndose en el centro de nuestro universo. Y es a través de la palabra –acompañada de hechos- que podemos demostrarle lo que significa en nuestra vida.
Tanto así que términos como entrega, paz, bondad, grandeza, felicidad, convivencia, comprensión, afecto, anhelo, dulzura, pasión, desprendimiento, sacrificio, fusión, bendición, éxito, respeto y lealtad pueden ser usados para definir el amor.
Según Álex Grijelmo (La seducción de las palabras, 2003) el lenguaje amoroso busca los sonidos suaves y en consecuencia, “los poetas han trasladado a los amantes ese brillo del idioma, para que éstos lo empleen en su propio beneficio”, pues “las palabras llegan a nuestro intelecto mediante el sonido y ahí reside el primer elemento de seducción de muchos vocablos”, explica.
“El lenguaje del amor dispone de muchas palabras que seducen por sí mismas, independientemente del uso o de su lugar en la frase: labios, boca, pecho (si se usa en singular), corazón, sonrisa, sentimiento, ojos, manos… Esas voces se estrechan en nuestro pensamiento con los conceptos de cariño y de ternura”, afirma.
Así, un “te amo” bien dicho y sentido como debe ser, es capaz de doblegar a la persona que lo escucha y marcar la vida de la pareja. Una caricia o un beso dados en el más absoluto silencio pueden expresar también un hermoso y sublime sentimiento, pero si van acompañados de un certero “te amo” no hay cuerpo que se les resista.
En definitiva, es clara la importancia que la palabra escrita y hablada tiene en una relación romántica, y cómo el lenguaje puede convertirse en un arma de doble filo, capaz de dañar o de salvar a los amantes. Por eso, me someto a su imperio, para exteriorizar lo que soy y lo que siento a cada momento, ya que no hay nada mejor que una oportuna frase para demostrar que sí se quiere, ¿verdad, mi rey hermoso?

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