Mi amigo el IUTAG

Alguna vez escribí que me gusta soñar despierta; situación que por gratuita, hago a diario. Pero déjenme decirles, que últimamente una fantasía revolotea de manera incesante en mi mente: ver al Instituto Universitario de Tecnología “Alonso Gamero”, de la ciudad de Coro, convertido en un excelente ser humano. Sí, como lo leen, ¿acaso las organizaciones no son seres vivos que sienten, respiran, sufren, gozan o evolucionan al igual que las personas que las habitan?
Por eso, al IUTAG -el mismo que me abrió las puertas hace seis años- lo he imaginado grande, hermoso, inteligente, trabajador, con actitud afable, desbordando creatividad, con una apariencia impecable, siempre de punta en blanco y bien perfumado, como todo caballero que se respete.
El IUTAG, con sus 39 años recién cumplidos, ha tenido como todo individuo, buenas y malas épocas. A veces disfrutaba de períodos de felicidad en los que él y sus trabajadores andaban como flotando en una nube, tanto así que parecían un par de enamorados. En ocasiones, debían enfrentar algún conflicto interno que activaba las alarmas de emergencia, lo que permitía demostrar al mundo su capacidad para sortear obstáculos y solucionar problemas. Otras tantas, debían comerse las verdes y hacer de tripas corazón para mantenerse funcionando como pareja, pues instituto y comunidad universitaria han entendido que agarraditos de mano, y hablándose con sinceridad, trabajan mejor.
Los que lo conocen desde su nacimiento, me cuentan que cuando era joven, el IUTAG andaba metido en una onda cultural, usaba cabellos largos, era “cabeza caliente”, tira piedras, y donde quiera que se paraba destacaba por lo brillante de sus planteamientos, lo hipnotizador de su verbo y la firmeza de sus acciones. “Juventud, divino tesoro”, diría José Martí.
Con los años fue madurando, aprendiendo a potenciar sus virtudes, a convertir sus defectos en oportunidades de mejora y a pensar como adulto. Poco a poco fue entendiendo cuáles eran sus prioridades, lo que necesitaba su gente y lo que esperaban de él.
Pero hoy, el IUTAG atraviesa por una crisis personal. De unos años para acá pierde el rumbo de vez en cuando, parece que se le olvida donde está parado y lo que debe hacer. Tal vez sea la proximidad a la llamada “crisis de los cuarenta”, muy propia de los hombres.
“El que oye consejos llega a viejo”, afirman las personas de vasta experiencia. Sin embargo, recientemente el IUTAG ha escuchado los consejos de un grupúsculo de seres sombríos, ineptos, oportunistas, inconstantes, y con notables habilidades para el engaño. En consecuencia, se ha convertido en víctima perfecta para esos manipuladores de oficio que cual Atila, destruyen todo lo que está a su paso. A estos se suman, aquellos que lo circundan como aves de rapiña para devorarle las entrañas y beneficiarse de él.
Los que aman al IUTAG se lo advierten, y luego de llevar muchos golpes decide alejarse de ellos, para después de cierto tiempo, dejarse seducir nuevamente por sus artimañas y así, caer en la depresión.
En la actualidad, el IUTAG anda por ahí con el ánimo bajo, desaliñado, con la barba sin afeitar, desorientado, y con los bolsillos vacíos. Lo bueno es que un ejército de amigos de toda la vida, y otros de reciente adquisición, han decidido revivirlo llenándolo de amor, haciéndole entender que no está solo, que hay un montón de gente que lo quiere, que confía en él, que le agradece el apoyo, las enseñanzas brindadas, así como poder forjar un futuro repleto de esperanzas.
El IUTAG debe saber, que a pesar de los tropiezos que tenga en el camino emprendido rumbo a su transformación en Universidad Politécnica, cuenta con la ayuda de incontables hombros, brazos, manos, corazones y sonrisas, que convertidos en un coloso iutagista, no lo dejarán caer, por lo que estoy segura que mi sueño, tarde o temprano, se hará realidad.

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