Comunicación Popular y Democracia

   Los seres humanos nos realizamos en la convivencia con otros, que son nuestros iguales, por lo tanto, la manera de ver las relaciones sociales, políticas, económicas, culturales y espirituales, debe corresponderse con esta filosofía de vida, en la cual la comunicación juega un papel fundamental en el proceso de interacción y en la consecución de acuerdos que permitan definir las acciones a emprender.

   En Venezuela, a la luz del nuevo milenio, iniciamos un proceso de transformación sustentado en el cambio de conciencia hacia una sociedad socialista, por lo que el Plan Nacional Simón Bolívar 2007-2013 y el Plan para la Gestión Bolivariana Socialista 2013-2019 propician la comunicación dialógica, participativa, horizontal y democrática como la manera más idónea para alcanzar la sociedad igualitaria e incluyente que queremos.
 
     Y es precisamente en este tipo de comunicación, donde el ser humano organizado como Poder Popular, es el protagonista de su propia transformación y la de la sociedad en general, fomentándose la conciencia del pueblo comunicador y la necesidad de contar con unos medios de comunicación al servicio y en manos de los colectivos comunitarios; esto con la finalidad de que se mantengan informados e informen sobre la realidad que viven, pues la información brinda conocimiento y un pueblo que conoce, es un pueblo capaz de tomar la mejor decisión.

   Pero para que esto ocurra, es imprescindible que el Estado garantice un amplio grado de autonomía a las organizaciones sociales, delegando en ellas responsabilidades en lo concerniente a la gestión de gobierno, promoviendo su participación activa y la generación de propuestas viables que brinden soluciones a los problemas que las afectan, lo que implica la verdadera democratización de la labor gubernamental. Democratización que pasa también por la democratización de los medios y herramientas comunicacionales, es decir, la construcción de unos medios de comunicación que huelan a pueblo, que se vistan y hablen como el pueblo, cuyo mensaje responda a los intereses, motivaciones y necesidades del poder popular, hecho por, desde y para el pueblo.

   Sólo así podremos enfrentarnos al monopolio mediático de los empresarios de la comunicación, quienes trabajan en función de los intereses políticos y económicos de los grupos de poder del país,  títeres de los centros de poder transnacionales e imperialistas de los Estados Unidos, que se han encargado de inocularnos a través de las pantallas de televisión, de sus campañas publicitarias, películas de Hollywood y la manipulación de los grandes medios impresos, el gen del individualismo, el consumismo y el mercantilismo, con orejitas de Mickey incluidas.

   Como es bien sabido, los medios de comunicación pueden convertirse en verdadero escenario para la educación, la reflexión, la discusión y la libertad de expresión de los pueblos, siempre y cuando se pongan al servicio de los colectivos comunitarios y abran los espacios para que ellos se constituyan en el foco central del hecho comunicacional. Sin embargo, la historia contemporánea nos muestra que en realidad nuestros medios privados son la antítesis de un medio democrático al servicio del bienestar de la nación. Basta recordar los acontecimientos del 2002 en Venezuela, cuando con la mayor desfachatez se sumaron a un paro “cívico” y se convirtieron en los mayores cómplices de un golpe de estado que derrocó al Presidente Hugo Chávez por varias horas.

   Medios de larga tradición familiar como El Nacional, El Universal y Radio Caracas Televisión se transformaron en organizaciones políticas opositoras al gobierno revolucionario, que lejos de cumplir con su tarea de informar a la población, se dedicaron a manipular la realidad y a desinformar a sus lectores y usuarios, generando matrices de opinión negativas sobre el gobierno chavista. A estos medios se sumó un canal de gran impacto entre los televidentes como lo es Globovisión, junto con los diarios Tal Cual y El Nuevo País, propiedad de lo más rancio de la derecha venezolana (Alberto Federico Ravell, Teodoro Petkoff y Rafael Poleo, respectivamente).       

   Las imágenes proyectadas desde el Puente Llaguno el 11 de abril de 2002, la autoproclamación de Carmona Estanga como presidente de la República, acompañada de su nefasto decreto al mejor estilo fascista, son harto conocidas, al igual que el programa de Napoleón Bravo transmitido la mañana del 12 de abril en el que en compañía de sus invitados se vanagloriaba del triunfo obtenido; escenas que nunca debieron verse, mientras se invisibilizaba el clamor del pueblo de Venezuela a favor del regreso de su presidente legítimo.


   Para que esta historia no vuelva a repetirse, necesitamos que los colectivos y organizaciones comunitarias representadas por los consejos comunales y las comunas –entre otros- se empoderen de los medios de comunicación y ejerzan la función del pueblo comunicador en democracia. Por ello, el Estado ha sentado las bases jurídicas y legales que garantizan el derecho a la libre expresión y a la información veraz y oportuna del pueblo soberano. Nos urge una comunicación entre iguales, donde nos reconozcamos en nuestras diferencias pero también en nuestras coincidencias, con la que podamos alcanzar consensos y conciliar los desacuerdos, que nos permita liberar lo mejor de nuestro espíritu y no seguir convirtiéndonos como lo hemos sido hasta ahora, en esclavos de nosotros mismos y de lo que nos vende la publicidad. Queremos una comunicación solidaria que piense en colectivo y construya patria, una comunicación que comunique y no sólo que informe, que dialogue y no que imponga, que edifique y no que destruya: una verdadera comunicación popular que trabaje por un país más democrático. 

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