HUELLAS DAFG


(Discurso pronunciado en la actividad de despedida del Departamento Académico de Formación General de la UPTAG)
                                                                                                               
                                                                                                                         Licda. Ana Cristina Chávez A.
                                                                                                                         02/08/2018

   El diccionario Larousse (2003) define la palabra huella como “señal que dejan en la tierra el pie del hombre, los animales o las ruedas al pasar”, y eso me recuerda a una frase de Antonio Machado: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, por lo que el pequeño Larousse nos indica que el sinónimo de huella es “marca, pisada”. Así, el mismo diccionario nos ofrece una acepción que resulta más de mi agrado: huella es “señal que perdura a través del tiempo”. Ese implacable tiempo que ha dejado en mí diversas huellas como señal innegable de que he vivido. De niña –aunque no lo crean- me gustaba correr, saltar y trepar árboles, así que tengo en mi rodilla izquierda una cicatriz; también en el lado izquierdo de mi rostro tengo otra, y en mi dedo pulgar (adivinen de cuál mano, ¡pues de la izquierda!) tengo la huella de una picadura de araña, o eso fue lo que concluyeron mis padres hace unos cuantos años atrás. Pero como soy diestra, es la mano derecha la que guarda los recuerdos de mi paso por la cocina, pero también es la que mejor acaricia, (eso dicen). Igualmente, poseo huellas del acné juvenil y de la lechina, también tengo en mi cara rastros del paso de los años, del sol inclemente, de los trasnochos constantes, de mis enfados y de mi risa alborozada.

  Pero mi mente y mi corazón guardan las mejores historias, momentos inolvidables que atesoro como el regalo perfecto que me ofrece la vida. Este corazón me ha salido bueno, sabe cicatrizar con rapidez y se prepara para cada nueva experiencia amorosa, no solo de pareja, sino las propias del ser y estar.

   En ese mundo de experiencias, emociones y sensaciones en el que estamos inmersos los seres humanos, las vivencias laborales ocupan un lugar importante, pues muchas veces los compañeros de trabajo se convierten en nuestra segunda familia, en los hermanos que elegimos, o en los amigos que nos regala la vida para hacer más llevadero nuestro paso por este plano de la existencia.

   Lo mismo ocurre con nuestro sitio de trabajo, el cual puede convertirse en nuestro segundo hogar, un espacio que nos brinda la oportunidad de crecer como personas y profesionales, dejando huella en nosotros. Precisamente eso es lo que ha ocurrido con el Departamento Académico de Formación General (DAFG), un espacio laboral que en el transcurso del tiempo ha sabido albergar historias y recuerdos satisfactorios en nosotros, porque de los momentos y personas incómodas es mejor ni hablar, así que las huellas que nos deja el DAFG son positivas. Por allí han pasado distintos gerentes con estilos diferentes y de los que debemos tomar lo mejor y aprender de lo peor, han surgido relaciones amorosas, hemos visto cómo crecen las familias de nuestras compañeras con cada barriga –no las cerveceras de otrora, porque de esas no quedan ya- sino de las que luego de nueve meses dan a luz una nueva vida. En el DAFG ha habido conflictos, brollos que vuelan por los pasillos, y si nuestros cubículos hablaran seguro contarían anécdotas entretenidas.

   Muchos de los compañeros que nos recibieron cuando la mitad de los que estamos aquí llegamos a la institución, ya no se encuentran, tal vez porque se jubilaron, porque abandonaron este plano, o porque decidieron recorrer otros caminos en el ámbito profesional e incluso geográfico. De lo que estoy segura, es que si hacemos un ejercicio de memoria los recordaremos con agrado y dibujaremos en nuestros rostros una sonrisa de satisfacción, porque sólo así vale la pena vivir: rememorando y disfrutando siempre lo mejor de la vida. Y justamente el trabajo en equipo, la capacidad creativa y el potencial humano y académico de quienes laboramos en el Departamento de Formación General, son las huellas que dejamos en la institución, debemos enorgullecernos de ello y entender que la vida es un proceso constante de cambios y que los que se avecinan para nosotros pueden ser positivos si hacemos valer nuestras capacidades.

   No nos sintamos tristes, no nos sintamos molestos, no hablemos desde la rabia y mucho menos desde la nostalgia, aunque estemos luchando con una mezcla de sentimientos. Sigamos adelante, tomemos consciencia de quiénes somos, de nuestras virtudes, pero también de nuestros errores, y pintemos la vida con los mejores colores, continuemos dejando huellas, de esas que se recuerdan sonriendo pero también riendo a carcajadas. Sigamos demostrando lo que somos capaces de lograr, de sentir, de vivir, de transformar.

   Recuerden que quizás todos los que estamos hoy aquí no volvamos a poder coincidir en el mismo espacio laboral, en el mismo departamento académico o PNF, pero seguiremos coincidiendo, encontrándonos y reencontrándonos en nuestros corazones, en nuestras ideas, en nuestras formas de ser, de ver, entender y hasta disfrutar el mundo. Así que termino parafraseando al gran Julio Cortázar, los invito a levantarse de sus asientos y escuchen bien:

Yo quiero proponerles a ustedes un abrazo, uno fuerte, duradero, hasta que todo nos duela. Al final será mejor que nos duela el cuerpo por querernos, y no que nos duela el alma por extrañarnos.
Gracias a todos, démonos un fuerte abrazo.

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