HISTORIAS DE UN PUEBLO MÁS ALLÁ DE LA LUZ
Ana Cristina Chávez*
Del siete al doce de marzo de este año los
venezolanos vivieron el apagón eléctrico más grave y prolongado del que se
tenga registro en el país, en algunas regiones los habitantes experimentaron
unas 104 horas continuas de angustia e incomodidad, a esto se suma que en los
últimos años han visto cómo el sistema energético nacional ha desmejorado en su
capacidad de generación.
Hoy, a más de una semana de ese acontecimiento,
las versiones de las causas de la descomunal suspensión del servicio eléctrico son
diversas. Para el gobierno nacional fue un ataque cibernético al sistema
operativo de la hidroeléctrica de El Guri, dirigido desde el corazón de los Estados
Unidos, un acto terrorista del imperio norteamericano, pero para los opositores
al oficialismo, fue producto de los años acumulados de desinversión en el sistema
y la falta de mantenimiento.
La verdad está por descubrirse, pues urge mostrar
evidencias fehacientes que comprueben una u otra versión, mientras tanto, desde
hace un largo tiempo ya, los ciudadanos de a pie, los que día a día se esfuerzan
por estudiar y trabajar para sacar adelante este país, han padecido las
consecuencias de las cotidianas bajas de voltaje, de los cortes eléctricos programados
y no programados, así como de las explosiones de subestaciones eléctricas y
transformadores, que han afectado la calidad de vida, seguridad y tranquilidad
de la sociedad venezolana (ejemplo claro son los frecuentes apagones de los que
son víctimas los zulianos, y que en los años 2017 y 2018 alcanzaron su máxima
expresión).
Así, durante esos días sin servicio
eléctrico en gran parte del país, se afectó el sistema de telecomunicaciones,
el bombeo de agua por tuberías, el servicio de transporte, la jornada laboral
en instituciones públicas y privadas, las clases en todos los subsistemas educativos,
el comercio y las transacciones bancarias, al igual que todas aquellas
actividades propias de la cotidianidad hogareña que dependen o se benefician de
la electricidad, pero a pesar de todo, la cultura del venezolano, su
idiosincrasia y capacidad de resiliencia salieron a flote, y aunque en diversas
ciudades se generaron focos de violencia con protestas y graves saqueos, los
rasgos positivos como el buen humor, la paciencia, fe, solidaridad y conciencia
crítica ciudadana prevalecieron para lograr sobrellevar esa difícil situación.
Prueba de ello son las declaraciones
emitidas por habitantes de tres estados del país (Cojedes, Zulia y Falcón), quienes
compartieron sus experiencias durante el llamado “mega apagón”, al igual que
sus preocupaciones y estrategias para sortear las dificultades presentadas,
acompañadas de algunas reflexiones y descubrimientos en torno a su realidad
como familia en la Venezuela actual.
Las
vivencias…
Para muchos, los primeros minutos fueron de incertidumbre,
cuando se produjo el apagón se pensaba que tal vez duraría poco tiempo, pero
con el transcurso de las horas el estar a oscuras durante la noche resultó
preocupante, sumado a la desinformación que reinaba, consecuencia de la inexistencia
de señales telefónicas.
Al amanecer, y verse sin servicio eléctrico,
crecían los deseos de saber qué estaba ocurriendo; contactar con familiares y amigos
de otros puntos de la ciudad o de otros estados era imposible, Juan –habitante del
estado Cojedes- declaró: “Lo más difícil
de esos días sin luz fue la incomunicación, no poder saber de mis familiares,
ni saber qué era lo que realmente estaba pasando”.
Asimismo, otra de las mayores preocupaciones
fue cómo conservar la comida que se tenía en las neveras, hacerla rendir y
utilizar con consciencia el agua que se tenía almacenada. Definitivamente, esta
situación demostró de qué estamos hechos los venezolanos, su compañerismo, ingenio
y hasta lo previsivos que podemos llegar a ser. Sobre este punto, Darío, de Cumarebo,
estado Falcón, expresó: “Lo más complicado
para mí fue buscar la manera de mantener las carnes refrigeradas, la planta
(eléctrica) no me quiso arrancar, pero una vecina tenía una.” Zulma, desde
el estado Zulia, comenta: “una vecina
tuvo que regalar diez pollos para que no se le dañaran, pero a mí toda la comida
en la nevera se me dañó”. Luis, en la capital falconiana afirmó: “pensé que podíamos quedar sin combustible
ni gas, y optamos por la opción del carbón o leña para cocinar si era
necesario”.
Por su parte, Isbelia, también desde Falcón,
relató lo siguiente: “Lo más difícil fue adquirir
la comida, pues no estamos preparados para este nivel de contingencia. Teníamos
unos ahorros y compramos carne con diez dólares para la casa de mi suegra y
para la casa de mi mamá, la cocinamos y le agregamos sal para que durara por más
días. El agua la hervía en la noche para que en la mañana estuviera fresca.
Para ahorrar agua nos bañábamos antes de dormir y si había algo que lavar,
luego de lavar alguna prenda usábamos esa agua para el baño”.
La cotidianidad se vio afectada durante
estos largos días sin servicio eléctrico y las noches eran cambiantes en cuanto
al clima (calurosas unas y frescas otras), el sueño de las personas se vio alterado,
sin distingo de edad. Al respecto, Zulma manifiesta: “Pasamos cuatros días y medio con calor y zancudos, matando moscas. Los
niños pasaban el día en la calle, los de la cuadra se reunían a jugar pero la
noche la pasaban molestos y llorando por el calor. Dormíamos todos afuera en el
piso para agarrar fresquito pero con miedo de que viniera un ladrón. Los
vecinos del frente todos están enfermos con amigdalitis y resfriados por el
sereno, y si pasabas por la cuadra de atrás daba lástima ver a la gente durmiendo
en las aceras con los niños y bebés”.
Sin embargo, pese a las dificultades, la
estabilidad emocional en las familias debía conservarse, sobre todo por el
bienestar de los niños, los adultos mayores y los enfermos. Los vecinos jugaron
un papel primordial y fueron de apoyo para la gran mayoría. Judith, habitante
del estado Falcón, expresó: “Me convertí
en una acróbata, buscando agua, comida, señal del celular, efectivo… ni te cuento
de las medicinas y el carro, todo al mismo tiempo. Logré resolver con familiares,
otros me invitaron a almorzar, eran muchas cosas para este cuerpo”, concluye
sin perder el buen humor que la caracteriza.
En el mismo orden de ideas, Luis afirma: “Lo difícil de esos días fue la sensación de
inseguridad e imposibilidad de comprar alimentos y agua por la falta de
efectivo e inoperatividad de los puntos de venta, pero me senté a visualizar la
situación y utilicé los contactos para adquirir lo necesario por la vía del
crédito mientras pasaba lo crítico. Además busqué estar informado sobre puntos
de auxilio con los vecinos, amigos y familiares”.
Gabriel, padre de dos niños y residente en
Maracaibo, estado Zulia, luego de esos días angustiantes confiesa: “Físicamente mi esposa y yo estamos
liquidados, mentalmente somos más fuertes, pero el cuerpo no da pa´ más, hay
gente que la pasó peor que nosotros, pero cada quien vive su realidad. En una
especie de La Vida es Bella (la película), tratamos de que los niños no
sintieran el golpe de este infierno, les cargamos las tablets para que se
acostaran a jugar y ellos no perdían las esperanzas de que llegara la luz… Con mis
hijos y mi esposa leímos y estudiamos. El pequeño de cuatro años practicó la
lectura y escritura, se acostaba con su hermana de nueve años mientras ella le
leía cuentos. Jugamos al stop, al escondido, pintamos…Una vez mi hija se
despertó en la madrugada y dijo: ¡Yo sé que llorando no se soluciona nada, pero
necesito llorar! lloró y lloró. Mi esposa se puso a rezar con ella hasta que se
durmió… Y cuando por fin llegó la luz después de 104 horas, solo nos salió
llorar a mí y a mi esposa, mientras mis hijos estaban dormidos.”
En similares términos, Isbelia acota: “Las primeras dos noches nos desesperamos, luego
nos dimos cuenta que era una realidad que no estaba a nuestro alcance cambiar.
Así hacíamos café, nos sentábamos debajo de la mata de mango y conversábamos de
otros temas. Mi hijo jugó más con juguetes que cualquier otro día, le explicamos
que se habían dañado algunos equipos que enviaban la electricidad a las casas y
que iba a tardar en llegar. Al principio andaba intenso diciendo que estaba
aburrido, pero luego sacó los carritos y se puso a jugar tranquilo. También
saqué témpera, hojas, me puse a pintar con él, hicimos muchos dibujos juntos,
algo que no hacíamos hace mucho tiempo”.
De tal modo, algunas personas no se
sintieron tan perturbadas con el mega apagón y supieron adaptarse rápidamente.
Así lo asegura Ramón, habitante de la ciudad de Coro, pero oriundo de Paraguaná,
quien contó su experiencia: “Mientras
había luz del sol mi rutina cotidiana fue normal. Eso sí, veía la angustia en
los vecinos porque se les estaba dañando la comida en las neveras. A mí no me pasaba
eso, mi nevera estaba vacía. En la noche, mirando el cielo pleno de estrellas, rememoraba
mi casa de La Pitahaya, pueblo del monte donde transcurrió mi infancia sin
electricidad, sin agua por tuberías y, por supuesto, sin esta cantidad de
artefactos que hoy son imprescindibles pero que sin energía eléctrica no sirven
para nada. De mis reliquias guardo una lámpara a kerosene, la cual constituyó
el comentario obligado y favorable –y hasta la envidia- de los vecinos
cercanos, al ver iluminada la sala de mi casa mientras en las demás era
oscuridad total. Salvo los que no saben decir otra cosa que no sea para atacar
al gobierno o criticar a los demás, el resto de mi comunidad se reunía bajo las
maticas de la calle, otros armaron sus partidas infinitas de dominó, mientras
que los niños tomaron para ellos la calle desde bien temprano en la mañana
hasta bien entrada la noche. Esto sirvió, además, para conocer a unas vecinas a
las que solo había visto salir y entrar a la urbanización en carro, en otras
circunstancias, creo, una situación como esta habría generado un caos, pero
hemos aprendido bastante en la crisis.”
Esta forma de pensar es compartida por
Felipe, radicado en La Sierra de Falcón: “Honestamente
no me afectó tanto como a otros compañeros. En La Sierra coriana la
electricidad siempre ha sufrido apagones, a pesar de los enormes esfuerzos de
la revolución. Sin embargo, producto de árboles altos, brisa fuerte y zonas enmontadas,
la luz se ve afectada, por ello, el hecho de no tener electricidad jueves, viernes
y medio sábado, lo soportamos con mayor sosiego que en la ciudad. Pero por otro
lado, la situación de acopio de los alimentos fue lo complejo, sin embargo, como
esta guerra económica nos tiene comiendo y comprando a diario, no hubo mucho
que refrigerar. El agua fue surtida con regularidad por las instancias locales
de gobierno, lo cual fue de gran ayuda. Lo complejo fue también el hecho de no
pasar los puntos de venta, que sí fue una calamidad, ya que efectivo no se
consigue. Sin embargo, entre el CLAP recién llegado y unos trueques que pudimos
hacer de caraotas, quinchonchos, café, chivo y cocuy con unos compañeros de la misma
sierra, de La Ciénaga de San Luis, La Cruz de Taratara y Pecaya, pudimos palear
los inconvenientes.”
Los
aprendizajes...
Toda vivencia deja un aprendizaje, una
enseñanza, y estos días sin luz eléctrica y todo lo que ello significó para el
quehacer de los venezolanos, lograron que afloraran sentimientos de diversa
índole, reforzando pensamientos y creencias de las familias en torno a aspectos
ideológicos, políticos y religiosos, así como de tipo espiritual vinculados con
la esencia humana; muestra de esta afirmación es lo expresado por Gabriel: “Esto me ha hecho reflexionar mucho sobre lo
que soy, somos y seremos, dentro de lo malo siempre hay algo bueno, hay gente
buena dispuesta a ayudar. Nos hemos echado la mano unos con otros, los vecinos,
algunos amigos… este infierno de cuatro días me enseñó lo fuerte que somos como
familia, cuánto amo a mis hijos, ellos me han dado fortaleza para aguantar,
aunque no niego que en la oscuridad solté una que otra lágrima de impotencia,
esto es inhumano, nadie merece esto, por eso esta pesadilla nos deja grandes
lecciones, lo más simple a veces es lo más valorable, como por ejemplo un vaso
de agua fría.”
Alberto, joven que reside en Maracaibo, aseguró.
“Ante estas dificultades pienso que lo
principal fue que Dios no nos abandonó. Lo más difícil fue ver a mi madre
desesperada, sin comida, sin agua, pues no había dónde comprar y solo aceptaban
dólares en efectivo. A pesar de tanto que nos ha quitado el gobierno, no nos ha
podido quitar -ni nos quitará- la solidaridad, ver personas regalando y compartiendo
comida, viviendo lo que vivía el otro, fue una muestra de que los buenos somos más
y sí es posible construir un mejor país sin el régimen indolente y altamente
cínico que hablaba en radio que todo estaba en sana paz mientras en la calle
saqueaban, no encontrábamos qué comer ni tomar, niños sufrían en sus casas, murieron
personas en hospitales y un sinfín de cosas que ocurrieron ante este grave caos
auspiciado por el gobierno, por la irresponsabilidad con el sistema eléctrico
del país”.
En contraste con la opinión anterior y
refiriéndose a la fuerza del pueblo falconiano afecto al gobierno nacional,
Felipe afirma: “Ciertamente el golpe fue
brutal, pero no tanto para la alta moral revolucionaria que tenemos los pueblos
serranos de Coro”. Por otra parte, Luis considera: “Si en verdad entramos en una guerra, tendremos que probar entre
vecinos, amigos y familiares el nivel de desprendimiento y solidaridad extremo nunca
antes experimentado por nosotros. La guerra no tiene límites en tiempo y
consecuencias.”
Como se evidencia, el llamado mega apagón hizo que los
venezolanos nos cuestionáramos sobre nuestro estilo de vida y qué es lo
realmente importante para nosotros, midiéramos nuestra capacidad de resistencia
y supervivencia y cómo nos organizamos en sociedad con visión colectiva y
colaborativa. Aunque nos sentimos molestos, frustrados, indignados y
angustiados con la situación vivida, pudimos hacer que nuestra luz interna
brillara para superar el caos y la violencia. Y esa llama nunca debe apagarse,
para forjar al calor del fuego el país que soñamos.
*Periodista y docente
universitaria.
**Se
cambiaron algunos nombres por solicitud de los entrevistados.
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