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CAMILO Y LOS VUELALIBROS

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  Ana Cristina Chávez Arrieta                                                                                Mayo, 2020.       Camilo es un joven muy apuesto, siempre bien vestido con traje y corbata, como lo dicta la moda de la época. No podía faltarle su sombrero de paja, adornado con una   fina cinta y un pequeño lazo.    Él es delgado y serio, pero cuando conversa contigo largo rato, te das cuenta de lo divertido y alegre que resulta. Yo decidí no dejarme llevar por las apariencias y darle una oportunidad a ese desconocido que un día tocó a mi puerta. Desde entonces, nos hicimos grandes amigos y nos reunimos con frecuencia. Pero espera un momento, vayamos al inicio de esta historia, justo antes de verlo por vez primera.    Aquella tarde, mientras Camilo se encontraba estudiando en el balcón de su casa, rodeado de varias pilas de libros, observó que el cielo se llenó de grandes nubes, de un profundo color gris plomo. De repente, lo que prometía ser un fresco atardecer, le dio

NINA, A TRAVÉS DE LA LUZ

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                                                                     Ana Cristina Chávez Arrieta                                                                                                                                                                                           Mayo, 2020.        E sa mañana, luego de un largo período de encierro, como venía ocurriendo en los últimos treinta años, Nina salió de su apartamento ubicado en una zona comercial de gran prestigio. El soleado día prometía; el cielo despejado y un clima bastante   agradable invitaban a los citadinos a disfrutar de su tiempo de libertad.    Nina lucía una blusa ligera de color blanco, pantalones de mezclilla ceñidos a su curvilíneo cuerpo, calzados deportivos, lentes de sol, un bolso de cuero marrón cruzado al pecho, unas argollas plateadas pendían de sus orejas y el cabello estaba recogido en un moño, aparentando descuido. Evidentemente vestía un atuendo clásico de esos que no pasan de moda y

AL RUEDO

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M i soledad no es femenina, no huele a sangre, tampoco a angustia, no se calma con la luna ni con el placer rejuvenecido de los 20 años. Mi soledad tiene el aroma efervescente de la palabra adulta, del hombre insensato, de la mirada aguerrida. Mi soledad va más allá de la tristeza, huele a rabia, a inconformidad, supera la alegría del 15 y último. No es asalariada, trabaja por cuenta propia y siempre se paga y da el vuelto. Esta soledad que me viste a diario no sigue tendencias, se calza a su ritmo, como le plazca, no obedece órdenes ni tablas de mandamientos. Me supera, me persigna, y me lanza al ruedo para que me corneen.                                                                                                             Ana Cristina Chávez.                                                         27-05-2017.

LA DEL ESPEJO Y LA MÍA

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                                                        Ana Cristina Chávez Arrieta. La del espejo es solo apariencias, cumplimiento de normas, escuelas católicas, manual de Carreño. La otra, la mía, es rostro agrietado, pisada rebelde, voz insumisa, ceremonia atea, comer con los dedos.  La que conoces, es horario de oficina, ratón de biblioteca,  tarjeta marcada. La prohibida, es analfabeta, no mide tiempos, no acepta controles.  La que me gusta, la que grita quien soy, es erudita en placeres, en deleites nada enciclopédicos. La del espejo es la que construyen a diario en la estación de policía, la estrella ciudadana, la de palabra precisa y llaves del condado.  La otra, la del parto en soledad, es prófuga de la justicia, alerta roja internacional. La académica es clase ejemplar; la oculta, la que habita en mi vientre, escarba en la basura.  Cuando la del reflejo y la mía se encuentran, se deletrean, se dividen en sílabas, enfrentándose a la brevedad de su abec

Religión

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Para mí no hay más religión que mis manos sedientas, más cruz que mi alma solitaria, más templos que mi cuerpo, más Biblia que mis ideas, más credo que mi éxtasis autoprovocado , más mandamientos que mi consciencia. Y aún así soy una atea empedernida. Ana Cristina Chávez Arrieta. Venezuela.

Hombre al acecho

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Robert Doisneau (Francia 1912-1994). Autorretrato. “Nunca me he preguntado por qué tomase fotos. En realidad, la mía es una batalla desesperada contra la idea de que todos estamos destinados a desaparecer. Estoy decidido a impedir el paso del tiempo. Es pura locura”.                                                                                                   Robert Doisneau. El hombre camina y mira como buscándose a sí mismo, suerte de espía del horizonte tornasol, ave de rapiña tras la presa al vuelo, cazador furtivo de la imagen, observa a su víctima, calcula y dispara. El hombre camina y mira como buscando al otro, la sonrisa del niño azul, el rostro surcado por los rieles de los años. Observa y siente, sabe que palpita más allá de su mirada. El hombre espera, sabe esperar el instante  en sus ojos cristalinos reflejos de toda la perfección del mundo. Corsario del océano de las mariposas, bandada de bueyes, graznido de hormiga, cla